Carl Sagan
(1934-1996)
Recuerdo que a la edad de 8 años vi por primera vez la
serie Cosmos. Me fascinaron las imágenes, la música, pero
sobre todo, a tan corta edad, Carl Sagan logró
capturar mi atención sin parpadear frente a la pantalla
embelesado por tan sorprendentes revelaciones del Universo. Sagan, es el poeta
y el filósofo de la
ciencia. Es reconocido por haber acercado al público en general a
los temas más difíciles y profundos de la ciencia con sencillez y
entusiasmo transmitiendo esta misma fascinación a todo aquel
que lo escuchaba o leía. |
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Sus
reflexiones acerca de todo lo que abarcaba al ser humano y el
Universo son para mí una especie de orientación y punto de
referencia. Fue un activista y siempre tuvo confianza de que el ser
humano logrará superar sus problemas y defectos más peligrosos: la
Guerra, La contaminación, la prosperidad, la buena convivencia
entre los hombres, el amor a la vida, el acercamiento a la ciencia,
la negación de las pseudociencias, el escepticismo y la posteridad
del ser humano en el Cosmos.
Un
asteroide, el 2709 lleva su nombre en honor a él. Predijo que
en venus debe haber un efecto invernadero por la gran cantidad de
calor que se concentra en su superficie debido a la libre penetración
de los rayos infrarrojos del Sol.
Se hizo
acreedor a diversos premios y reconocimientos mundiales, perteneció
a una serie de instituciones y organismos dedicados a la investigación
científica además de ser un activista en pro de la paz Mundial, la
armonía entre los hombres y la salvación de la Tierra.
Le
fascinaban la inmensidad de los números. En su libro: El mundo y
sus Demonios, Editorial Planeta, comenta lo siguiente:
“ Un domingo de
aquél mismo año (1939), mi padre me había explicado con
paciencia el papel del cero como punto de origen en aritmética, los
nombres de sonido malicioso de los números grandes y que no
existe el número más grande « Siempre puedes añadir uno más
», decía. De pronto me entró una compulsión infantil de escribir
en secuencia todos los números enteros del uno al mil. No teníamos
ninguna libreta de papel, pero mi padre me ofreció el montón de
cartones grises que guardaba cuando le traían las camisas de la
lavandería. Empecé el proyecto con entusiasmo, pero me sorprendió
lo lento que era. Cuando me encontraba todavía en los cientos más
bajos, mi madre anunció que era la hora del baño. Me quedé
desconsolado. Tenía que llegar a mil. Intervino mi
padre que toda la vida actuó de mediador: si me sometía al baño
sin rechistar, él continuaría la secuencia por mi. Yo no cabía
en mi de contento, Cuando salí del baño ya estaba cerca del
novecientos, y así pude llegar a mil solo un poco después de la
hora habitual de acostarme. La magnitud de los números
grandes nunca a dejado de impresionarme.”
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La presente
información solo es con fines de divulgación cutural o educativa y
no persigue ningún lucro.
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